miércoles, 23 de noviembre de 2016

Resumen de los Crímenes de la Calle Morgue

LOS CRÍMENES DE LA CALLE MORGUE

Introducción

Las características de la inteligencia calificadas de analíticas son poco susceptibles en sí mismas de análisis y apreciadas a través de resultados. El analista disfruta en analizar y desenredar enigmas, acertijos y jeroglíficos, y los soluciona con perspicacia intuitiva casi sobrenatural .La resolución de estos es a través del análisis ligado, en ocasiones, al estudio de las matemáticas. Algunos ejemplos los tenemos en juegos como el ajedrez, las damas o el whist. En el primero, lo que prima es la atención y si ésta falta se comete un descuido que tiene como resultado una pérdida o la derrota, triunfa el jugador más concentrado y no el más penetrante. En las damas, al contrario, la atención no es tan crucial ( los movimientos no son múltiples como en el ajedrez) ya que el analista penetra en el espíritu de su oponente y se identifica con él pudiendo  precipitar un error de éste. Respecto al whist y su influencia en la llamada facultad de cálculo decir que su eficiencia implica el triunfo en aquellas cuestiones  donde  la mente se enfrenta con la mente. Así pues, la habilidad o facultad analítica del jugador excede los límites de las reglas. Acumula observaciones y decisiones y no se encierra en sí  mismo: examina el semblante de sus oponentes, el modo en que cada uno ordena las cartas, su forma de arrojar éstas en el tapete, la vacilación... Sabe las jugadas de los demás y utiliza las propias con precisión.
Poder analítico e ingenio no deben confundirse que el analista es por necesidad ingenioso y el ingenioso con frecuencia es incapaz de analizar. Entre el ingenio y la aptitud analítica existe mayor diferencia que entre la fantasía y la  imaginación: los ingeniosos poseen siempre mucha fantasía mientras que los que poseen verdadera imaginación son siempre analistas.
El siguiente relato supondrá para el lector una especie de comentario de las anteriores afirmaciones.

Texto

El narrador y C.Auguste Dupin se encuentran en una librería de la calle Montmatre y a partir de ahí entablan una amistad y deciden irse a vivir juntos. Como la situación financiera de Dupin no era muy buena (era un joven culto de excelente familia venida a menos), su amigo (el narrador) decide hacerse cargo de los gastos  del alquiler de una decrepita y aislada mansión en la que no tenían ninguna vida social (no admitían visitantes). Pasaban el tiempo leyendo, escribiendo o conversando y paseando por las noches. Una de las aptitudes de Dupin era su analítica: observaba y analizaba. La observación se había convertido en una necesidad. En una ocasión la lectura de unos párrafos  de una edición nocturna de la Gazette des Ttribunaux  les llamó la atención. Bajo el título de EXTRAÑOS ASESINATOS se relataba el caso de un asesinato en la calle Morgue de una madre y una hija (madame L' Espanaye y su hija, mademoiselle Camille L'Espanaye) en extrañas y misteriosas circunstancias. Las muertes fueron violentas y con horribles mutilaciones. Al día siguiente del asesinato se manifestaron diferentes personas que afirmaron conocer a las víctimas.

Pauline Dubourg conocía a las dos víctimas antes de los hechos, se ocupaba de lavar sus ropas. No sabía nada de sus estilos de vida, pero mencionó que siempre que iba a recoger el dinero no había nadie en casa y no había muebles, solo en el cuarto piso.
Pierre Moreau las conocía desde hace 4 años y le vendía a la anciana tabaco y rapé. Declaró que antes en aquella casa vivía un joyero quien alquilaba las habitaciones de los pisos de arriba aún que la propiedad de pertenecía a Madame L. después de descubrirlo, la propietaria no dejó quedarse a nadie más allí.  El hombre afirmó haber visto entrar un mozo de servicio y un médico, pero allí solo habitaban la anciana y su hija.
Las persianas de la casa estaban siempre bajadas, salvo la habitación de la parte trasera en el cuarto piso.
Isidore Muset fue un testigo, a quien llamaron a las tres de la mañana para acudir a la casa. Con una bayoneta rompió la puerta. Escuchó arriba de las escaleras gritos de dolor muy agudos y finalmente a dos personas gritar al parecer un extranjero y un francés.
Henri Duval, platero de profesión, formó parte del primer grupo que entró en la casa. Declaró el haber oído a dos personas discutir, de las cuales una no era francesa si no italiana. Conocía a Madame L. y a su hija, y aseguraba de que la voz no pertenecía a ninguna de ellas.
Odenhemier, restaurador de profesión, nacido en Amsterdam. Pasaba por la casa cuando oyó los gritos. Declaró seguro que la voz aguda se trataba de un francés, eran gritos de cólera y miedo, distinguió las palabras: diable, sacré y mon dieu.
Jules Mignaud, banquero de profesión era el hijo mayor de los Mignaud. Declaró que Madame L. tenía bienes en la cuenta que había creado 8 años atrás, tres días antes de su fallecimiento retiró 4.000 francos. Un empleado le acompañó en el camino.
Adolphe Lebon, empleado de Mignaud e hijos, acompañó a la anciana hasta la casa, las calles estaban muy solitarias ya que no era siquiera una calle importante.
William Bird, sastre de profesión y de nacionalidad inglesa, lleva dos años en París. Fue de los primeros en subir, afirma que se oían voces discutiendo y sonidos de forcejeo. La voz aguda era muy fuerte, no era inglesa si no alemana.
Los cuatro volvieron a declarar, diciendo que la puerta estaba cerrada cuando llegaron, al igual que las ventanas de toda la casa. Solo había un pequeño cuarto abierto en el cuarto piso, entraron y solo había camas viejas y objetos por el estilo. Revisaron la casa detalladamente. Los testigos no aseguran el tiempo exacto que siguieron las discusiones, pero si saben que tardaron muchísimo en forcejear la puerta.
Alfonso Garcio, empresario de pompas fúnebres, él no entró a la casa, pero oyó las voces que discutían, la ruda pertenecía a un francés y la aguda a un inglés.
Alberto Montani, confitero, la voz ruda reprochaba cosas y la aguda hablaba rápido y desigual. Al parecer la voz de una a su parecer era rusa.
Las chimeneas eran demasiado pequeñas como para que pudiese pasar un cuerpo humano, en cambio el cuerpo de la madame l. estaba allí encajado, pero lo pudieron sacar con la ayuda de 5 personas.
Paul Dumas, el medico que se encargó de examinar los cuerpos, según su opinión al ver el cadáver de madamemoiselle L’Espanaye había sido estrangulada por varias personas.
Tenía heridas muy graves por todo el cuerpo, la cabeza estaba separada del cuerpo, al parecer utilizaron una navaja para conseguirlo.
Alexandre Etienne coincidía con las declaraciones del médico.
En el diario Saint-Roch, había una noticia sobre los hechos, en el último parágrafo del mismo hablaba sobre el arresto de Adolphe Lebon.
Dupin pidió al narrador su opinión sobre los hechos, al cual declaró que el misterio era insoluble. (Dupin) ponía en cuestión todas las formas en que distintos policías habían resuelto algunos casos, tan solo basándose en los métodos más comunes y cuando no cumplen esas bases lo declaran como sin resolver. Consiguió la autorización para que le dejaran ir a investigar allí. Durante la inspección Dupin no se dejaba ni un detalle, ambos iban siempre acompañados por un gendarme, se hizo de noche y Dupin se dirigió a una oficina de diarios. Al día siguiente habló con su socio sobre el tema, a su parecer el misterio parece que no tiene solución ya que los hechos son muy similares a los que han ocurrido antes, por lo que los policías no se ponen en pensar qué hay de diferente en todo lo ocurrido.
Ambos se quedaron mirando a la puerta ya que según Dupin una persona con relación al crimen tenía que aparecer en esa misma habitación.
En la cual había dos pistolas que utilizarían si la ocasión se presentara.
Dupin se dio cuenta, que las voces de la escalera  no eran de mujeres como habían dicho los testigos .Dado a  este descubrimiento, quedaba eliminada la posibilidad de que la anciana matara a su hija, suicidándose posteriormente. Entonces el asesinato fue cometido, supuestamente  por terceras personas, las cuales, eran las propietarias de las voces oídas.
Después de este descubrimiento Dupin y el narrador repasaron los testimonios,
Y se dieron cuenta de que todos coincidían en la voz ruda, pero, en la voz más aguda, la peculiaridad era que cada uno decía una nacionalidad diferente:
El francés decía que la voz era de un español, el holandés sostenía que era de un francés, el inglés pensaba que era la voz de un alemán, el español estaba ''seguro'' de que se trataba de un inglés , el italiano creía que la voz era de un ruso y un segundo testigo francés decía que era la voz de un italiano. Y ninguno de ellos estaba familiarizado con los idiomas que decían. Con esto Dupin dio una idea en la cual se transportaban  a  esa habitación donde ocurrió todo, y así intentar vislumbrar lo que pasó.
Después de unos cuantos razonamientos, llegaron a una conclusión, ''el clavo''. El único hilo conductor era  ese clavo en el cual debía haber algo defectuoso, como estar suelto, que hubiera provocado alguna fisura y hubieran podido huir por la ventana...
Pero quedaba una cuestión, el modo de descenso, la ventana estaba bastante alta así que hubiera sido imposible alcanzar la ventana y mucho menos introducirse por ella, pero un poco más abajo había unas persianas viejas que si se abrían y tenías suficiente coraje se podría subir por ellas hasta la ventana.
Después de incitar algunos razonamientos sobre lo que podía haber pasado Dupin le pide al narrador que lo tenga en cuenta, sabiendo que tal razonamiento  podía ser difícil de llevar acabo. Luego terminó argumentándole al narrador que  si el ladrón hubiese querido robar para llevarse cosas de valor, se hubiese llevado los cuatro mil francos en  oro y no un hato en  ropa, entonces ¿por qué no se lo llevó?
El narrador le respondió que el autor del crimen debía ser un maniático. Al escuchar tal respuesta Dupin le dio el cabello que habían encontrado, acto seguido el narrador se dio cuenta que ese mechón no era de una persona humana.
Al darse cuenta de esto Dupin propuso hacer un experimento para descubrir la forma en la que se produjo el asesinato, en el cual descubrieron un pasaje de Cuvier, entonces dadas las circunstancias del caso supusieron que el oro era el móvil del crimen, entonces admitieron que su perpetrador era lo bastante  indeciso y estúpido como para olvidar el oro y el móvil al mismo tiempo.
Entonces al decir tal razonamiento empezaron a  unir cabos , pensando primero en el asesinato, una mujer estrangulada por la presión de unas manos e introducida en el cañón de una chimenea con la cabeza hacia abajo , para esto se necesitarían al menos varias personas pensaron .
A continuación el narrador le dice a Dupin que según la descripción de los dedos, solo un orangután es capaz de hacer esas marcas, y que el mechón de pelo corresponde con el pelaje de la bestia de Cuvier. Y que dado a todo esto y a que además se escucharon dos voces que disputaban y una de ellas era francesa no alcanzaba a comprender los detalles de este aterrador misterio.    
Uno de los testigos, Montani el confitero, acertó que la exclamación tenía un tono de reproche. Un francés estuvo al tanto del asesinato, pero era inocente de toda participación en el sangriento episodio. El orangután pudo habérsele escapado. Siguió sus huellas hasta la habitación, pero le fue imposible capturarlo esta vez. El francés, que era totalmente inocente avisó de que la noche anterior cuando volvían a su casa en las oficinas Le Monde (Un diario consagrado a cuestiones marítimas y muy leído por los navegantes). El narrador alcanzó un papel donde leyó. “La mañana del asesinato fue capturado un gran orangután Borneo. El dueño de este era un  marinero que pertenecía a un barco maltés. Dupin llegó a esa conclusión porque encontró un trozo de una cinta de uso típico en los marineros.
Siguieron buscando pistas sobre el orangután, lo encontraron en Bois de la Boulogne a mucha distancia de la escena del crimen. Mientras discutían como atrapar al animal escucharon unos ruidos extraños, sacaron sus pistolas y apuntaron a su objetivo, quien apareció fue un marinero francés robusto y musculoso, no les pareció desagradable, con el llevaba un bastón de roble. Hicieron un trato con él: se podía llevar el orangután si contaba todo lo que sabía. Este les contó que varios marineros fueron a visitar el archipiélago, una mañana se encontraron al orangután con una navaja en la mano, cogiendo el jabón e intentando imitar a su dueño el cual se estaba afeitando, pero se puso demasiado nervioso y mató a su dueño. El marinero contaba tranquilo la historia, pero en realidad tenía unas ganas enormes de capturar a dicha bestia. Más tarde el francés intentó perseguir a la bestia, pero no le fue posible, el orangután apareció en casa de los Espanye. Cogió a la madre del pelo, le puso jabón a la navaja, a continuación realizó movimientos de barbero en la zona de la garganta hasta conseguir matarla y a continuación la colocó en la chimenea. El orangután se escapó por la varilla del pararrayos, poco más tarde fue capturado por su dueño, este lo vendió al Jardín des Plantes y Lebon, pero fue puesto en libertad rápidamente.

FIN

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